Solo se ven caras felices en la plácida noche dominical que acoge al partido en el Metropolitano. El personal llena con alegría las butacas, canta el himno del centenario y espera sin demasiada tensión un triunfo ante el pequeño Cádiz. Es normal tal sentimiento: el Atlético de Madrid vive días pletóricos desde el reciente banquete en el derbi en este mismo escenario y la eficaz agonía navarra del pasado jueves. Empieza el encuentro y el distendido murmullo vira rápido en un ruido atento. De hecho, el Atleti tarda poco en confirmar las sospechas de su afición y solo el poste evita el 1-0 de Griezmann tras un precioso taconazo de Correa. Un parpadeo después, el francés finta a Meré y falla un mano a mano ante el buen hacer de Ledesma. Perdona el hombre diferencial rojiblanco; grita el Metropolitano ante el vendaval que sacude a los de la ciudad más vieja de occidente. Sin embargo, fiel a la leyenda atlética, que no cesa en su empeño en desafiar a lo corriente, la amargura inunda a aquellos que hace segundos sonreían.
El marcador muestra un número doce cuando Chris Ramos, ese delantero que es bastante más que un rematador, agarra el balón en la esquina izquierda del área rival, encara a Riquelme y centra raso y preciso hacia Pires, un chico que sólo había sumado 30 minutos en Primera. Gana con solvencia la espalda el joven brasileño a un errático -y reincidente- Nahuel Molina y solo tiene que acariciar la pelota de interior para acompañarla a la red y firmar el inesperado 0-1. Entretanto, el Atlético pide una evidente falta sobre Riquelme en el inicio de la jugada; pero el árbitro poco caso hace a los gritos y los brazos al área.
El gol sacude el ánimo rojiblanco; empiezan a darse cuenta los de Simeone que lo que en un principio era un bonito paseo nocturno ahora se asemeja a un puerto de primera. Trata de recuperar las constantes vitales el equipo local y halla una vía de ilusión con los ofrecimientos en la mediapunta de Riquelme -que regresa una y otra vez a su naturaleza pese a partir desde el carril izquierdo-.
Mientras tanto, el Cádiz sigue amenazando desde su montaña. Está cómodo en la muralla que envuelve al área de Ledesma y es descarado al contragolpe. Es más, a la tímida reacción rojiblanca -y tras sembrar el caos con un disparo desde antes de medio campo de Fali que cerca está de ser el gol del año- responde con la segunda puñalada. Gol al más castizo estilo del más antiguo fútbol ingles: pelotazo del portero, rebote y un delantero pillo –Roger-, de vaselina, supera a Oblak cuando se encuentra con él a solas. El ‘Brexit football’, como es llamado jocosamente en las Islas, brilla en el Metropolitano.
El 0-2 era una herida profunda. Oblak había recogido dos veces el balón de lo más hondo de su guarida el día que sumaba 400 partidos de rojiblanco; el silencio reina en el siempre ruidoso estadio del Atlético. Es, sin embargo, el momento para la puerta grande o la enfermería. Y, en efecto, el camino de la remontada comienza temprano -en el 30- con un buen cabezazo picado de un Correa que es inexplicable que no juegue más.
Salta enajenado el Atleti al segundo tiempo y, en el primer balón en juego, Molina, después de otro bellísimo taconazo Correa y un error de Llorente, es el más listo en el barullo del área gaditana e iguala el partido. Estalla de júbilo el Metropolitano; ahora sí, cuando el ánimo roza la luna, la victoria se intuye a la vuelta de la esquina. Falta el último disparo, el más complicado, y pertenece al hombre de la noche: Ángel Correa (66). Acaba el argentino una gran relación de pases; suspira el Atlético ante lo que pudo ser una pesadilla.