Desde su primera edición, en 1980, que bajo el título “La presencia del pasado” abrió el camino a la posmodernidad en Europa, la Bienal de Arquitectura de Venecia siempre se ha presentado como una invitación a la introspección. En los lugares cargados de historia donde se desarrolla, entre los salones del Arsenal y los pabellones de los Giardini, la celebración de la disciplina y sus valerosos representantes va de la mano de una forma de autocrítica y una aspiración a la renovación. El ejercicio es peligroso, y los escollos numerosos: espacios gigantescos, comisarios a menudo inexpertos, abrumados por la escala de la misión, cuando no la conciben como un puro ejercicio de diplomacia, arquitectos que se toman a sí mismos por artistas o académicos… Pero Lesley Lokko, el comisario de esta decimoctava edición, que se inauguró el sábado 20 de mayo, los interrumpió. Incluso lo logra con garbo.
Ghanesa y escocesa de estado civil, esta activista de corazón, que acumula los sombreros de arquitecta, docente y escritora, aprovechó la oportunidad que se le ofreció para montar esta gran exposición, la más prestigiosa de la disciplina a escala mundial, para acercar al ante un África soberana, aureolada de gloria. Ese continente, al que la historia de la disciplina, firmemente anclada en la antigüedad grecorromana, nunca ha pretendido conectar, al que el entorno nunca le ha concedido más que un asiento plegable, el orden geopolítico de la Bienal de Venecia le da buena medida. de éste, que le otorga dos pabellones nacionales (para Níger y Sudáfrica) de los sesenta y cuatro que acoge, y cuyo público, como apunta el comisario, desde el día de la presentación a la prensa, es casi exclusivamente blanco – , es por tanto la estrella del evento.
No es para tanto el tema. Bajo el título «El laboratorio del futuro», la exposición propone explorar desde la arquitectura los caminos de un futuro más respirable, que deseaba Lesley Lokko «descarbonizado y descolonizado». En la medida que «el cuerpo negro ha sido durante mucho tiempo la primera fuente de energía», las dos nociones están, según ella, íntimamente entrelazadas. Es en esta capacidad que África se abastece. No sólo para reparar las ofensas que se le han hecho a lo largo de la historia y las que sigue sufriendo en el presente, sino para que lo sepamos. Porque sin él no se puede inventar un futuro libre de carbono y descolonizado. Mientras África no ocupe el lugar que le corresponde por derecho, por la extensión de su territorio y de su población, pero también por su historia y su cultura, cuyas huellas la colonización ha borrado en gran parte pero los artistas, los investigadores, los arquitectos siguen trabajando hoy para exhumar, el programa anunciado sigue siendo una ilusión.
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