
La inflación sigue en Alemania por encima del 6% y sus efectos se dejan sentir de forma sensible en el Oktoberfest de Múnich. No es que los precios en el Theresienwiese, el célebre ‘prado de Teresa’ donde todos los años se celebra esta fiesta, fuesen antes particularmente populares, pero en esta edición el litro de cerveza se paga hasta a 14,95 euros, un 6,12% más caro que en 2022. La más barata este año se encuentra en la carpa del museo (Oide Wiesn), que cobra solamente 12,60 euros, y la más cara en el Käfer Wiesn-Schänke, el Marstall y el Schützen-Festzelt. Para carteras especialmente sólidas, se indica la cerveza de trigo servida en la tienda del vino: 17,40 euros, que sin embargo no es aceptable para los más cerveceros, fieles a la cebada.
Los abstemios no se libran porque también han aumentado los precios de las bebidas no alcohólicas. Un litro de agua de mesa cuesta ahora 10,04 euros en lugar de los 9,67 euros de 2022, y la limonada 11,17 euros el litro, frente a 10,35 euros en 2022. El gobierno de Baviera, consciente de la exigencia a que son sometidos los visitantes con menos ingresos e inmerso en la campaña electoral, ha instalado sin embargo dispensadores de agua para que los invitados al Oktoberfest puedan obtener agua potable y evitar así las lipotimias. Están ubicados fuera de las carpas y no se permite llevar agua al interior del recinto, por lo que su alivio es limitado.
La reserva de mesa, absolutamente aconsejable para grupos de diez o más personas, mantiene su gratuidad en 2023. Pero a poco que los visitantes se levanten de la mesa, pueden ir rascándose el bolsillo: un billete para montar en la noria cuesta 10 euros y para el tren fantasma 7,50 euros. La inflación afecta además a otros elementos fundamentales de la celebración.
La cerveza elaborada específicamente para el Oktoberfest es este año especialmente fuerte, según los organizadores. Su contenido de alcohol es de entre 5,8% a 6,4%, debido a un mosto original más potente. El Helles (cerveza suave tipo lager) normal tiene alrededor de 4,8%. Una jarra servida este año, por tanto, contiene tanto alcohol como ocho aguardientes. Cinco jarras, el contenido de un bono tipo en casi cualquier carpa, equivaldrían a una botella de aguardiente entera. Esta proporción de alcohol convierte a los alrededor de seis millones de visitantes en una masa relativamente impredecible que, sin embargo, no se deja aplacar por los precios.
«Es una vergüenza, la cerveza debería estar subvencionada por el Estado alemán para que todos los alemanes pudiesen beber de acuerdo a la capacidad de su hígado y no de su cartera», defiende Leonard, estudiante de Derecho de Múnich y en dudoso estado de sobriedad en el momento de la declaración, «como en la pandemia y en la crisis energética… esta es la Crisis de la Cerveza y hay que hacer algo».
Un negocio de 1.300 millones de euros
Lo cierto es que, se haya bebido o no, resulta evidente que la celebración del Oktoberfest es un elemento de impulso relevante para la ciudad de Múnich. En 2019, los visitantes aportaron casi 1.300 millones de euros. Según los organizadores, gastaron en 2019 una media de 70 euros por persona directamente en el Oktoberfest. Los visitantes se dejaron otros 289 millones de euros en la ciudad en comida, compras, viajes en taxi y transporte público y 513 millones de euros adicionales se gastaron en alojamiento y restauración. Cada año se emplean alrededor de 8.000 trabajadores permanentes y 5.000 temporales. En el Theresienwiese se beben unos 8 millones de pintas de cerveza cada año y se consumen. 435.000 pollos asados, 125 bueyes y 30 terneros, además de los más de 42,5 toneladas de almendras tostadas.